lunes, 16 de julio de 2012

Otto Morales Benítez. Un legendario nombre en las letras Indoamericanas


Episodio II

  1. La maldita envidia me corroe.
Pasen por aquí, suban, suban, dice con su voz segura y ronca. Al  terminar luego a la derecha, después continúen subiendo y la encontrarán, agrega. Son tres pisos los que debemos recorrer, El Dr. Otto viene detrás, no titubea, su paso es seguro, sube los tres pisos sin mayor esfuerzo. Otto, el hijo predilecto de la tierra del Ingrumá, tiene 93 años. No lo parece ni física, ni mental, ni anímicamente. Qué vitalidad le acompaña.

Después de las indicaciones llegamos y se abre ante nuestros ojos un cuadro de que Pedro Nel Gómez hizo del jurista caldense. Luego una inmensa biblioteca -que hace las veces de estudio- nos deja perplejos. 

Arte, más cuadros de famosos pintores adornan las paredes, algunas máscaras y un busto en yeso, la base para una escultura de su cabeza en bronce que reposa en la oficina, la muy conocida oficina en el centro de Bogotá, en el piso 21 de la Torre Colpatria, además tiene un gran escritorio de madera, al igual que los muebles de la sala debe andar en los 30 años o más, sobre él un cartapacio de hojas y carpetas, y un poco empolvada reposa una máquina de escribir Olivetti que debe tener igual a todos los muebles unos 30 años. En ella escribo, me dice mientras suelta su demoledora carcajada. 

Hay  varias sillas de madera con cojines y un además un sillón de cuero negro para los visitantes, entre estantería y estantería diviso un miniar con botellas de varios licores y lo demás son portaretratos, lámparas, un olvidado maletín de ejecutivo, y varias mesitas auxiliares con libros, cientos de ellos, más de los que puedo describir.


Pero sigan, sigan y conocen, nos dice. Cómo dueño de casa nos traslada de habitación. Mientras Gloria y él salen, yo disparo de nuevo la cámara hacia todos lados.


Atravesamos el pórtico de madera de la habitación contigua. Entramos a un cuarto auxiliar cuyas paredes no podemos divisar por las altas estanterías que las cubren, en ellas más libros y la maldita envidia me corroe. ¡Carajo!, digo en voz alta, y me traiciono, se me escapa la palabra. Y todo porque Otto Morales Benítez tiene completa la Biblioteca Ayacucho, toda, toda. La rabia me sube por la sangre, hierve mi rostro. Él con risas me dice: Juan Carlos, la tengo completa. Cada que salía un tomo unos amigos me avisaban y así con su ayuda pude completarla. Y agrega. Es, poeta, la más importante colección del pensamiento Indoamericano. No hay duda. Ya la envidia, la mugrosa envidia, ha desfigurado mi rostro. Trago saliva, me ventilo un poco con la libreta que cargo hace rato, respiro hondo, me contengo y le digo: Dr Otto, es usted un privilegiado al tenerla completa.

No quiero ver más lomos, ni títulos, ni carátulas. La envidia me puede volver un sucio y vulgar ladrón de libros, respiro hondo de nuevo, y me dispongo a abandonar este cuarto. Pero al que no quiere caldo… el mismo Dr. Otto me dice: Mire mijo, mire, ya los libros se tomaron hasta el baño y abre un angosta puerta de madera que no logré divisar entre las estanterías, me hace asomar la cabeza y en efecto los libros hermosamente cuidados sobre estanterías de metal cubren el baño auxiliar. Decido tomar la cámara y disparar el obturador una y otra vez, para dejar de sentirme un cuervo hambriento de celulosa.

El Dr. Otto nos indica que descendamos un piso y nos dice esperen un minuto, y verán que en cada cuarto hay libros, no lo puedo evitar. Los libros le colonizaron el hogar, me digo. Él, muy lento abre una nueva puerta y otra biblioteca, más grande que la primera se abre ante nuestros ojos y yo ya no puedo más, y maldigo a Borges y sus palabras cuando decía algo así como que el paraíso debía ser una biblioteca.

Yo pienso en mi pequeña biblioteca de tres mil libros y me siento miserable. Eso de compararnos es una manía autodestructiva, pienso.

Pero el Dr. Otto, al ver mí congoja, y de manera inteligente dice: porque no regresamos a la sala y trabajamos un rato. Ya el daño está hecho. Al regresar mi alma descansa un poco, y pido al Dios de los libros que no vaya a tomar aire para seguir enseñándome libros y libros y libros porque ya no aguantaría más y me convertiría en un hombre de fe dispuesto a violar el séptimo mandamiento.

  1. Escuchando a Funes el Memorioso.
Iniciamos la entrevista, ya no en la sala de recibo, sino en un amplio comedor de seis puestos. Ya imaginarán los muebles que también tienen 30 años. En  la mesa hay dispuestos viandas surtidas una jarra con agua caliente, una cajita de madera negra con bolsitas de te, un postre de caramelo, delicioso debo decir, una bandeja de galletas bien surtida y una botella de vino tinto en un mueble contiguo.

De nuevo la voz de la seño se escucha, llega potente desde la crónica. Abre la puerta y dirigiéndose al Dr. Otto agrega, Dr, por qué no me avisa pa´ tener lista la mesa. Él suelta su feroz carcajada y le dice: tranquila mijita, vamos a trabajar primero un rato. Después pude poner la mesa. Ella con cara de angustia se pierde tras la puerta.

El tema central es el poeta y subdirector del periódico La Patria, Rafael Lema Echeverry por el centenario de su nacimiento.  Así que la conversación estaba en la mesa y don Otto, como lo llama la seño, comienza por dar revista a un libro ícono en las letras de Caldas, El Hada Melusina, cartas de amor y pasión de Silvio Villegas, desde ahí don Otto rememoró, ¿hará falta recordar que ya tiene 93 años? toda la historia literaria de Caldas, la poesía, los novelistas, los ensayistas, los historiadores. Habló de sus vidas, de sus libros, refirió algunos versos, hubo fechas, títulos de libros, datos curiosos.

Su conversación, como supondrán se extendió por dos horas. En ella fuimos de Colombia a Chile, de Panamá a Argentina, de Ciudad de México a Salamanca. No hubo como dejar de escuchar a don Otto, un Funes Memorioso a la manera de Borges, recuerdan el relato sobre ese hombre llamado Ireneo Funes conocido también como cronométrico Funes, Borges lo describe como alguien que posee un don especial para observar cosas que jamás nadie ve en alguna cosa, aunque la mire por un largo tiempo, así que don Otto nos trazó la línea del tiempo intelectual de Caldas y Colombia durante el siglo XX. 

Hubo risas, asombro, rabia, más risas, descubrimientos, etc, porque si alguien en este país sabe conversar es Otto Morales Benítez un humanista que sobrevive en medio del caos y las envidias malsanas que despierta su nombre, su voz, su inigualable risotada, porque sigue tan vital como hace 75 años cuando emprendió los caminos de la intelectualidad y la política. Ya son famosos los chistes sobre el número de libros escritos por este caldense. 

Muchos afirman que él no los escribe. Pero yo agregaría algo, puede que el no los escriba pero si se los lee todos. Prueba de ello es que durante la conversación, cada rato se interrumpía el mismo y decía yo he escrito un ensayo sobre tal o cual tema (política, historia, Indoamérica, literatura, sus poetas querios por el, etc, está en tal libro) acto seguido se ponía de pie se dirigía a su inmensa biblioteca traía el libro, lo abría en el capítulo que citaba, nos leía unos párrafos y luego nos decía, la próxima vez que regresen les complemento este punto de vista. Aún no salgo de mi asombro frente a su memoria. ¿Será necesario volver a repetir su edad que llega a 93 años?  

  1. Hora del regreso.
Cae la tarde y el clima varia de un sol tibio a un viento frío en Bogotá, la grabadora se apaga, la cámara se guarda, las libretas de apuntes se cierran y los lapiceros van a los bolsillos del morral. Don Otto se pone de pie y su figura vuelve a llenar la casa. En tono melancólico habla de Libia su esposa y en tono confesional nos dice yo vivo aquí con Olimpo (su hijo que anda por Austria, dictando una conferencia en el Congreso Internacional de Americanistas en Viena, es algo sobre la Cosntrucción de diálogos en las Américas, nos hace saber). Y continua: Le dije que se viniera para acá porque me siento muy solo. Ya ven si estoy muy solo.

Guarda silencio y llama a la seño que aparece como un fantasma, es decir, sin hacer ruido y vestida de un blanco impecable, y le dice: Mijita los acompaña a la puerta. Nos da abrazos y apretones de manos. Vuelvan, vuelvan esta es su casa. Y Juan Carlos no olvides la fe en la palabra, me dice mientras empiezo a desandar los pasos que me trajeron esta tarde bogotana a su casa.

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