martes, 26 de octubre de 2010

Se esciben cartas de amor con buena letra

Los maestros desde la periferia

Primera Parte
Hace diez años escribo reseñas literarias para el dominical Papel Salmón del Diario la Patria de Manizales. Nunca he reseñado un libro de García Márquez, de Vargas Llosa o de Saramago, tampoco de Pamuk, Juan Gelman o José Emilio Pacheco, y ni siquiera por presión de las editoriales o por dinero he reseñado uno de Walter Rizo, Paulo Cohelo o Deepak Chopra, eso sería caer un poco bajo. 

Volviendo con los maestros, y dejando atrás a estos gurúes del supermercado, diré que las obras de tan importantes narradores y poetas no han ocupado los renglones de las páginas que escribo. No piensen que no los leo, lo hago, los estudio, trabajo con muchos de sus libros en mis talleres de poesía, cuento y crónica, desarmo sus novelas, sus tomos de poemas y biografías. 

Memorizo sin querer párrafos y poemas, mi biblioteca personal los tiene como habitantes, pero ellos tiene los periódicos, revistas y suplementos, la radio, la TV., la internet y el trabajo publicitario de sus editoriales para promocionar los ejemplares, además de sus premios. En fin, para hacer de su labor y sus nombres un mecanismo de ventas y popularidad.


Al inicio de mi trabajo con el Dominical las cosas no eran así. Mis primeras reseñas eran una especie de columnas sobre grandes autores y sus nuevos libros. Yo, con toda la carga de un aparato teórico que había aprendido por mis lecturas y no en la academia -aclaro que hice estudios de Diseño Visual en la Universidad de Caldas-, creía que hacía una gran labor en la difusión de los nombres consagrados de la literatura actual atando mis comentarios a citas y nombres de especialistas, adquiriendo así unos lectores que desconocía y no imaginaba.

Pero mi trabajo con la Secretaría de Cultura de Caldas fue el espejo donde me miré desde la escritura, sobre libros en un periódico regional. En los viajes constantes a los municipios del Departamento se me fueron revelando mis lectores.

Digamos que Manizales es una pequeña ciudad intermedia cuya población no llega a cuatrocientos mil habitantes y que Caldas no supera el millón y medio, y sabemos que Bogotá cuadruplica este número. Digamos también que en la ciudad existen cuatro librerías respetables y diez, de libros del usado, no tan respetables, y que en los municipios (26) no hay una sola librería. Que además el único medio que tienen para informarse esos ciudadanos es el periódico La Patria, y que aunque éste no sea de un gran tiraje, termina siendo sino el más vendido sí el más leído. 

Digamos que muchos de los libros que se leyeron en el siglo pasado en Caldas eran piratas con horribles carátulas e impresiones descuidadas en papel periódico. Hablo de Caldas y no de Manizales, recuerden que lo estoy contando de hace diez años cuando empecé con este oficio de provocador de lecturas.

Así las cosas en el año 2000 la conectividad entre la capital del departamento y los municipios era incipiente y defectuosa, por tal motivo se leía más en papel que en formato digital. El resultado -sin saberlo-, mi espacio de reseñas en el dominical había ganado lectores en el territorio caldense. La revelación: mis lectores eran reales, tomaban café en mi mesa, en un bar de cualquier plaza de Bolívar de los municipios, y dialogaban conmigo sobre lo que había escrito –aún sigue pasando-. 

Así que poco a poco fui entendiendo mi papel de reseñar libros que ellos no podían adquirir en sus ciudades, entendí el riesgo de hablar con un lenguaje más cercano a la academia que al de mis lectores. El creer que estaba siendo un erudito sin serlo, me hizo replantear mi rol como un escritor que nacía y un lector que quería decir algo a través de las páginas del diario La Patria.
De tal suerte que el lenguaje de mis reseñas cambió, no para hacerles más simple el trabajo de lectura a mis lectores sino para aproximarlos más a los libros y a los autores que quería reseñar. Con los años gané experiencia y voz.

Ya los maestros de nuestra literatura estaban a su alacance en las bibliotecas municipales y las librerías de Manizales. Sobre ellos, los altos autores de nuestra lengua, cimiento mi trabajo como director de talleres literarios. Así los conocemos, los leemos y estudiamos.

Diez años después supe que el giro de mis reseñas había dado fruto. Tuve la oportunidad de reseñar obras de Octavio Escobar Giraldo cuando apenas se mostraba, para convertirse luego en uno de los mejores cuentistas del país. Reseñé a Orlando Mejía Rivera, el ensayista más lúcido de Caldas y novelista consolidado, cuando ganaba los primeros premios departamentales. 

Escribí sobre la poesía, las novelas, los cuentos y el ensayo que componen la totalidad de la obra de Adalberto Agudelo Duque y su novela Pelota de trapo –una de las mejores novelas escritas en el país, dicho sea de paso-, es Premio Nacional Ciudad de Bogotá. Ellos, al lado de Eduardo García Aguilar, Jaime Echeverri, Alonso Aristizábal, Maruja Vieira, Otto Morales Benítez, Albeiro Valencia Llano, Antonio María Flórez, Adrian Pino, Conrado Alzate y Flóbert Zapata (a cuyos libros también dediqué páginas y horas de escritura) gozan de buen nombre en el corpus literario del país. Había apostado por los autores de Caldas, por su reconocimiento, por la divulgación de su obra a través de Papel Salmón y la ganancia fue doble: por un lado ganamos lectores de sus obras y por otro, lectores de mis columnas.

Poco a poco, dediqué mis lecturas y escritos a autores regionales y nacionales que no gozaban de tanto renombre en Caldas, pero de una fina obra en el mundo literario colombiano. Los maestros de nuestra literatura desde la periferia de la capital del país gozaban de generosa salud y buena publicidad, dejando un espacio, desde la crítica regional, para nuestros escritores.

Apartes de la conferencia Se escriben cartas de amor con buena letra. Dictada en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá en el marco del II Encuentro Nacional de Crítica.

(En la foto los escritores Rubén Darío Zuluaga, Margarita Galindo, Juan Carlos Acevedo, Octavio Escobar, Natalia Restrepo y Sandro Romero Rey)

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