Lo
mejor de los perros es su silencio. Poncho
lo sabe. Por eso ladra fuerte, muy fuerte cada vez que llego a Makú. Luego en silencio camina a mi
lado. Hace tres años, cuando Poncho
era un cachorro me buscaba para jugar hasta dejarme agotado. Hoy, salimos juntos
a caminar y al regreso se echa a mis pies mientras, leo, escucho música o
escribo. Si deseo volver a caminar sale tras de mí, si el plan es meterme a la
piscina me sigue, desde la orilla me observa durante largo tiempo, bebe un poco
de agua de la misma piscina y se echa cerca.
Me
gusta pensar en Pocho, en su
silencio. Sé que me extraña, a mi regreso está siempre alegre, me espera con
ilusión. Con sus actos y su manera de guardar silencio (mientras me ocupo de
cosas sin importancia) demuestras su cariño. Estoy completamente seguro que
arriesgaría su vida para defenderme. Es mi amigo, mi compañero, mi guardián.
Con
el mismo silencio que Poncho utiliza
par hacerme saber todo lo que hace por mí, con ese mismo silencio uno debería
poder decirle a los seres cercanos cuanto los quiere. Pero el hombre es animal
de raras costumbres y hace del amor un carnaval.
En la foto Matias y Poncho.
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