Amigos los dejo con un poema mío, de un nuevo libro, que pretende -humildemente- acercarnos un poco más en estas fiestas.
¿Alguna vez has pensado en
la fuerza cósmica de un abrazo?
¿Sentiste la reparación en
las grietas del tiempo
que te habita cuando alguien te rodeo con sus brazos?
¿De repente te iluminaste
por dentro
con la llama sagrada que te
transmitieron con el fuego de un abrazo?
Sino lo recuerdas es porque
dejaste escapar,
tras los falsos destellos
del capital,
la cercanía del
otro.
Abrazar, entonces, es la
tarea.
Abrazarlo todo: al árbol
benigno, al perro asombroso, al amigo ebrio,
al mendigo libre de pecado,
al estafeta del viento.
Rodea con tus brazos la noche
y el frágil cuerpo del que
no tiene nada que comer,
abarca con ellos a tu hijo
y deja que el agua bendita
de la esperanza lo bañe.
No te niegues, no resistas,
no huyas…
Abre tus brazos y deja
llegar a ellos
la luz de la mañana en las
montañas,
o el desprotegido cuerpo de aquellos
a quienes la vida develó
primero dolor y sufrimiento.
Abraza la vejez y los surcos
que los años trazan.
Abrazarlo todo: la alegría y
el futuro, el viento y los dioses
dejando en cada cuerpo el
aliento y el calor.
Abrázate a la guerra y borra
el sino trágico que la persigue.
Abrázate a la memoria y su
baile de fantasmas
porque alguna vez, estoy
seguro, el abrazo del reencuentro
sanó las grietas que el
tiempo dejó dentro de ti.
Juan Carlos Acevedo Ramos
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