lunes, 22 de agosto de 2011

El día en que conocí un héroe de carne y hueso



Fase eliminatoria.
Primer partido.
Sede Argentina.
Visitante.

 He amado el fútbol desde los cinco años. Suena absurdo pero es así o así creo recordarlo. Y hoy después de vivir el primer mundial de fútbol desde las gradas de un estadio, de sentir en vivo y en directo esta pasión que llevo hace 32 años dentro quiero hablar un poco sobre el apasionamiento que millones de seres en el planeta sienten por El Deporte Rey. 

En mi memoria va y viene una imagen en blanco y negro de un lluvioso televisor Toshiba de cuatro patas, color café y pantalla oval en el cual mi padre distraía los fatigosos días de trabajo cuando regresaba a la pequeña casa que teníamos en un barrio suburbano de Manizales. Padre, joven todavía, modificó su horario de laburo -como dirían lo argentinos- y pudo apreciar en ese junio de 1978 el mundial de fútbol de Argentina. Éramos cinco en la pequeña casa: madre, padre, dos hermanitas y yo que iba y venía de la sala a las alcobas jugando con una pelota violeta de caucho.

Entre mi "íres y veníres", Padre -una tarde- me subió sobre sus piernas y me concentró en la cajita mágica para que yo viera las imágenes de lo que sería mi primer mundial. Supongo que pronto me bajé de las firmes piernas de Padre y fui en busca de mi pelota, pero el daño estaba hecho y durante un mes creo recordar a mi viejo (en compañía de algunos amigos) sentado en la sala de la casa viendo el mundial en el televisor Toshiba a blanco y negó sin volumen y escuchado la transmisión que por radio hacia cualquier periodista deportivo. Ese fue un gusto de Padre: la imagen en tele la narración en radio.


En ese lejano verano de 1978 tengo una imagen inolvidable: Padre, tres amigos, Madre y yo sentados en la salita de la casa tercermundista frente a la pantalla de televisión. Los hombres tomando Freskola con cerveza Póker, el muy conocido refajo, Madre bebía Premio roja y yo tetero, si tetero (en eso años a uno lo dejaban tomar tetero hasta bien grandecito), y todos seis haciendo fuerza por La Argentina que era América en el mundial, y que se batía a muerte frente a la Naranja mecánica, la estupenda selección de Holanda. Yo tenía en la mano, no sé de donde lo sacaron, un Gauchito, la mascota oficial del mundial y gritaba como loco cada que los mayores -así los tratábamos en ese entonces- se paraban a gritar algo contra el juez o contra los jugadores. 

Mi casita, la misma donde pasaba los días en compañía de Madre, esa en la que jugaba con mi pelota de caucho o mis canicas de porcelana o mis carritos de madera estaba invadida por una pasión que yo desconocía pero a la que me uniría sin saberlo para el resto de mi vida.

Argentina salió campeón. Un héroe dio un poco de luz a una nación que oscilaba entre la dictadura de Videla y los desaparecidos por los milicos. Ese héroe no era un religioso, ni una estrella de cine, ni un político, ni un empresario exitoso, ni un rock star, ese héroe nacional era un peludo algo hippie llamado Mario Alberto Kempes, El Matador y yo vi -con estos ojos que han visto tanto- celebrar una nación entera un campeonato mundial de fútbol y vi el papel picado y los gritos de la tribuna y los goles y supe que nunca más mi corazón sentiría tal pasión por algo, me rendí ante el fútbol y el empezó a construir un camino dentro de mí.


Segundo partido
Sede España
Visitante

Luego tuve la suerte de ver el mundial de España 82, ya en una casa más amplia, mejor iluminada y en un mejor televisor a color, por fin el país había entrado en onda de la tele a color.

En ese mundial descubrí que mi corazón sería albiceleste, mi recuerdo de aquel mundial anterior me hizo hinchar desde siempre por Argentina país que desconocía y que a mi edad pensaba que era un barrio contiguo al mío, además sería albiceleste porque de nuevo un muchachito peludo, barbado y bajito se robó mi atención, era Diego Armando Maradona el más argentino de todos. 

El Pelusa empezaba a figurar en el fútbol internacional pero ya mi alma de hincha -que no tenía diez años- aún seguía unos colores, un equipo, un hombre.


 El Diego, como le dicen sus seguidores, era un gran jugador en 1978 pero no fue seleccionado por Menotti en el mundial del 78 para Argentina, porque tenía solo 17 años.
En el 82 ya tenía 21 años y era uno de los futbolistas más conocidos del planeta, con la prensa y la televisión que estaban hablando siempre de Maradona. Jugó un buen mundial, marcando dos veces contra Hungría, El Pelusa enseñó su clase de crack desde el primer partido.
Maradona enfrentó a Brasil y a Italia. Argentina perdió el primer partido contra Italia y Diego fue marcado de una manera brutal, un tren de pata el hijue´puta le dieron a este nuevo ídolo y Maradona fue minimizado por la pata dura de los italianos.
Luego Argentina perdió frente a Brasil y El Pelusa, explosivo -como es- fue expulsado. Así se acabó el torneo para Argentina y para Maradona. Mi generación que nunca vio jugar a Pelé, solo sabíamos de él por los comerciales que hacía para Coca-cola y Master Card, y desde ese año empezó a conocer un nuevo ídolo.
Uno de verdad de carne y hueso y no del celuloide, uno salido de los barrios pobres de Buenos Aires, uno que jugó a la pelota en canchas de polvo y calles rotas, un niño como cualquier niño de Latinoamérica que tenía necesidades, mala educación, hambre y ganas, muchas ganas. Ese ídolo se alistaba para ser el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.
Mis nueve años se alejaban. En mi cuarto entre pelotas, carros sin llantas, soldaditos y vaqueros de plástico estaban Gauchito y Naranjito las mascotas de los dos mundiales que presenciaba a mis cortos nueve años… dentro de mí la pasión por el fútbol crecía.
Es entonces cuando empecé a jugar fútbol en las calles descascaradas del barrio, en las canchas de tierra de la escuela y en las canchas de los parques. Todo giraba en torno al fútbol.
La ilusión decembrina empezó a ser un balón de fútbol blanco con parches negros. Unos guayos negros, en el 82 nos se usaban de colores, y un uniforme azul y blanco, como el de mi ídolo gaucho. Mi corazón de hincha pelotas era albiceleste, mi héroe se llamaba Diego y mi mejor amigo sería la esférica.

Ya la fiebre del fútbol estaba en mi sangre y jamás saldría de allí. Lo que vendría sería la ratificación y los nuevos amores.

3 comentarios:

  1. Que bonitos recuerdos se quedan en tu buena memoria, alguna vez leì esta frase y me encanto..."El fútbol es un juego al que se juega con el cerebro", Johan Cruyff. Y es cierto hay que ver como nos hacen vibrar nuestros jugadores favoritos y nuestras selecciones en cada partido disputado. Me gusto mucho. Besos

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  2. me convenciste tu corazon es albiceleste, te voy a regalar mi adorada camiseta de argentina, cuenta con ella ya es tuya. y bien sabes que tiene un valor especial.

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  3. Vivir la pasión del futbol, es una gran sensación. Cuando eres hincha de un equipo y sientes y vibras con cada una de ellas, yo he vivido dos experiencias similares una copa America casa Bogota - Colombia, campeón mi querida Colombia y la otra es ver a España campeón en ese hermoso país vivir sentir y disfrutar las pasiones de este majestuoso deporte. un abrazo

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