miércoles, 9 de marzo de 2011

Final del viaje, sin Lew Archer


Exterior noche.  Bar restaurante Gaira- café. Cumbia-house. Bogotá

No soy un hombre que visite con frecuencia las discotecas. Me siento torpe en una pista de baile, aunque las mujeres con que he salido me dicen que no lo hago mal en la pista. Pero mi inconformidad no me deja moverme como quisiera. Debe ser por eso que odio el reguetón y que la música lenta de un merengue me deja fuera de lugar. Acaso tolero la salsa y envidio a quien baila bien un tango. 

Nunca podré levantarme una novia o una amante en un sitio como esos, uno donde la gente parrandera es capaz de bailar sobre las mesas, gritar hasta quedar sin voz, pasar del güisqui al ron y luego al aguardiente con tanta facilidad, perder el temor al ridículo y dedicar canciones de Masmelo Ruiz y de Son de Cali -que no pueden ser más obvios con ese nombre-… pues tan originales los cantantes. 

Yo me siento en el lugar equivocado en sitios así, y pongo cara de puño por mi incapacidad para bailar, para volverme popular diría mi madre. Total termino haciendo aburrir a mis compañeros de mesa. 



En fin, hago esta confesión porque al llegar la noche del sábado en Bogotá me espera una invitación fuera de lo común para mí y para quien me la hace. Éste sábado fresco y ligero bajo la noche bogotana cumpliremos el ritual de la amistad.


Para empezar aguardé la noche y salí primero hacia un bar donde comimos una picada, tomamos algunas cervezas los mismos de la noche anterior. La música estuvo presidida por Morrison, Aerosmith, Cobain, Tesla, Robi Draco, Bumbury y el infaltable Cerati… nada mal para mi gusto. Ximena y Carito estaban radiantes, Adrián lucía una cara de cansancio y el enigmático Archer… nunca llegó. Que tipo raro ese. Le dije a mi amigo novelista. Sólo lo pude ver en el viaje. Y ni rastro durante esta semana. Y eso que en una de sus pocas charlas me prometió unas chelas en Casa de Citas asegurándome dos cosas: una que le gustaba la literatura y estaba interesado en trabar amistad conmigo y la otra que el mejor sitio de Bogotá es La CandelariaAdrián me respondió diciendo: -Hermano, en el hotel donde nos quedamos me dicen que lo vieron un par de veces, que recogió mis mensajes, y sin mediar palabra desapareció. Hace tres noches no saben de él. Y a vos no te preocupa o te intriga ese man, agregué. Adrián se encogió de hombros.
Las horas, la música y la conversación fueron pasando y de pronto a mitad de la noche llegó la llamada que esperábamos.
Era Federico, que en medio de una rumba ensordecedora me decía: - Hermanito vente pa´ca. Te estamos esperando. Es un grupo pequeño, pero haces parte de él. Para terminar, dijo: -Eso si todos estamos en pareja. Su voz sonó como una advertencia. Me dio la dirección, que anoté en una servilleta, tarareó el coro de una canción que yo desconocía y me dijo: -chau. Te espero.
Les trasmití el mensaje a mis compañeros de mesa. La invitación que nos extendía era para ir a Gaira.

Adrián, el buen tipo, que no trasnocha, que bebe ligeramente, que tampoco baila y que debía conducir desde Bogotá a Manizales el día siguiente, me dijo: Juano, vamos pero un rato. Mañana salimos a las siete de la mañana y debemos transitar un largo camino. Su novia, Ximena, quería rumbear un rato más decían sus ojos, Caro, no tenía problema alguno, es fiestera y yo no tenía intensiones de irme a dormir a la media noche de un sábado en Bogotá.
Decidimos pagar la cuenta, que generosamente canceló Adrián y tomamos un taxi hacia el norte, el destino Gaira-café. Cumbia.House.

En el taxi le pregunté a Adrián, que si recordaba la fecha de la que hablé en el viaje, de la cual  se cumplen 37 años, es la que nos invita a celebrar el ritual de la amistad… esa fecha es  precisamente esta noche, en la cual Fedex, como le dicen sus alumnos, esta de cumpleaños y la invitación es para celebrarlo juntos. En ese momento Adrián supo que no regresaríamos temprano.
Al llegar, en la entrada de un edifico casi secreto, en un esquina y visible solo por su fachada de madera, para mi sorpresa, nos esperaba el poeta Juanfe, a quien nunca imaginé visitando un sitio de rumba. Amable, sonriente, dando esa buena impresión que da a todas horas nos condujo al segundo piso donde nos esperaban Fede y su novia Adriana, acompañados por José -un primo de Fede-, una hermana de Adriana, Cata la esposa de Juanfe y un par de botellas de whiskey.

Gaira, aunque suene grandilocuente y yo sea el menos indicado para hablar de rumba, es fascinante, lleno de embrujo vallenato. de Caribe, de vida, de música y  poesía, aunque no lo crean en medio de fotos de Bosé, Shakira, Juanes, Palo de Agua, Santiago Cruz, Cabas, Cepeda, en medio de las fotografías todos los grandes juglares vallenatos está la foto limpia de José Asunción Silva el gran poeta colombiano.
Este es un lugar donde se mezcla la poesía del vallenato clásico, la cumbia, los ritmos contemporáneos como los de Calle 13, una agrupación que me gusta mucho y cada vez más, con música en vivo, afiches de equipos de fútbol y camisetas como la del Unión Magdalena, una hermosa falda de Shakira, guitarras autografiadas, es un potpurrí de elementos musicales y figuras que han acompañado a lo largo de su carrera al gran Carlos Vives, dueño del lugar. 

En mejor rumbeadero no podía estar en todo Bogotá para terminar la semana. … Y después para que más detalles, ya sabéis, copas, risas, excesos, como van a caber tantos besos en una canción… diría Joaquín Sabina. Así nos llegó la madrugada y nos echaron de Gaira.
En la calle, bajo el frío mortal de la madruga capitalina, Juanfe, en compañía de la inagotable Cata, nos invitó a su apartamento a continuar la fiesta. Yo, a quien el whiskey había hecho perder la cordura (me atreví a bailar hasta cumbia) no puse resistencia. Adrián nos abandonó pronto y se llevó a Xime. Carito, firme a mi lado, estaba dispuesta a ver llegar la luz del día junto a mi y Fede, el cumpleañero, tenía madera para unos tragos más, los demás abandonaron la noche y se fueron a dormir.

Entre montañas de libros, música, vasos de güisqui  y de tequila y mucha poesía vimos llegar la mañana del domingo. Sobrevivíamos Juanfe, Fede, Caro y yo. Pronto, Adrián, marcaría a mi celular para hacerme saber la hora de regreso  marcaría a mi celular para hacerme saber la hora de regreso  Pero la noche y la madrugada había valido la pena de mi estadía en Bogotá.

Exterior día. Padua. Tolima.

Esta vez mi amigo novelista se presentó sin Archer. Pensé que lo recogeríamos más adelante. El regreso fue un poco parejo. Adrián tenía las mismas ojeras que yo, la misma resaca y la misma sonrisa idiota que queda en el rostro después de una noche de buen sexo. Solo había burlas y buenos recuerdos, sed y hambre, cansancio y cerca de 250 km de regreso a la Ciudad Amarilla.

No se en qué momento del recorrido, o en qué momento de la resaca pregunté por Lew Archer y su paradero. No sé ni siquiera por qué ese hombre daba vueltas en mi cabeza. No entendía por qué mi interés en conocerlo, en saber un poco más de él. Fue en la carretera entre Fresno y Padua que Adrián me dijo que tomara de la parte de atrás del auto un sobre de manila, me expresó: - Juano, ahora que pregunta por Archer, esta mañana, antes de abandonar el hotel, el dependiente me entregó un paquete. Dijo que el señor Archer lo hizo llegar, a través de un mensajero, y que extrañamente viene para Juan Carlos Acevedo. Poeta. Que me lo entregaran que yo entendería.

Di la vuelta y en efecto en la silla de atrás en medio de ropa, bebidas hidratantes y libros vi el sobre amarillo. Estiré mi mano izquierda y lo alcancé. Algo en mi interior se oscureció. Como si el sobre trajera consigo una maldición. No lo abrí, lo dejé reposar sobre mis piernas. Al caer la tarde, sentados en un restaurante al borde la carretera que nos traía de regreso a Manizales abrí el paquete, eran cerca de trescientas páginas mecanografiadas a doble espacio por una sola cara. En la primera hoja leí un título tipo Agatha Christie : El Juego de Archer, recordé a Leo Dicaprio como Archer en Diamantes de Sangre, recordé la voz pausada de Archer en la parte trasera del carro de Adrián cuando nos acompañó en el viaje de venida a Bogotá. Intenté  dibujar su rostro en mi memoria y supe que nunca me dejó verlo de frente, pensé en su aparición misteriosa en mi vida y en mi obsesión con él. Recordé que en el incidente del taxi, cuando apenas salíamos desde Manizales hacia Bogotá, dijo con frialdad: - a un tipo como ese lo deberían asesinar y echar al río. Recordé el encuentro que me propuso en Casa de Citas para compartir un par de cervezas y la explicación de mi odio por Paulo Coelho, recordé que habló de su gusto por la literatura policíaca y de los lejanos afectos de la familia, recordé que nombró de una mujer llamada Bibiana y su amor incondicional por ella, recordé como citó de memoria unos versos de William Ospina, recordé que pensaba en la muerte con mucha tranquilidad, recordé su memoria trayendo al presente a famosos asesinos en serie y creo recordar algo dicho sobre los rostros que tenemos que ocultar tras máscaras para ser felices. Recordé que el señor Lew Archer apuntó: -me gusta su oficio de escritor y de reseñador de libros, conozco un tipo que hace lo mismo que usted señor Acevedo, el hombre se llama Santiago Bustamante pero no es de fiar. Creo recordar que antes de bajarme del carro a nuestra llegada a Bogotá agregó: -Poeta y amigo Acevedo, recuerde, el libro perfecto, como el crimen perfecto… no existe.

Eché un ojo al  primer párrafo y leí esto: 


La mayor aspiración de un homicida es lograr el crimen perfecto, donde el enigma de cómo y quién lo hizo sea más espectacular que la muerte misma de la víctima: un crimen que parezca discurrir de lo inconcebible, más allá de toda lógica, nada qe señale a una mente normal cómo fue posible hacerlos, como si el criminal se hubieses evaporado con la vida de la víctima.


Sentí miedo. Un escozor me hizo abandonar la silla y ponerme en pie. Temblaba, estaba confuso. Avance hipnotizado hacia el carro, sin hablar, sin terminar aún mi comida. En mi interior sabía que en mis manos, bajo el título de El Juego de Archer, tenía la vida escrita de un asesino y el quería que yo la leyera….




Posdata. Ahora, el señor Lew Archer, me deja extraños mensajes en mi blog.... no sé que hacer, pero no dejaré de escribir...


Fotografía: Cruz en la Catedral de sal de Zipaquirá. Foto de Juan Carlos Acevedo R.

3 comentarios:

  1. excelente mi juan. me fascino la ultima parte del texto de ARCHER.


    JUANO NARANJO

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  2. Cinemátográfico,hermano,y también inquietante.Cabe preguntarte-mejor el asedio pesado del poco interesante pero inofensivo Alkivar o el del misterioso posible asesino Archer?Con todo y el riesgo pienso,y creo que tú igual,que siempre será preferible lo que en buena literatura redunde.Un abrazo.

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  3. Que buen final para una muy buena historia y encuadnot a este amigo archer no creo que tengas nada que preocuparte tu eres muy buen escritor y creo que lo que no le gusta son los que son poco buenos jajaja un beso y super ser parte de esta historia y culpable de hasta bailar cumbia, muy buena noche
    un abrazo

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