LA PALABRA Y SU LUZ COMO GUÍA EN LA VIDA DEL ESCRITOR
Los
muertos solo mueren cuando mueren aquellos que los recuerdan.
Héctor Abad Faciolince
Son las ocho de
la mañana de un lunes frío en Manizales. Salgo a cumplir una cita a la sede de
La Nueva Editorial en el centro de la ciudad donde me espera el escritor e
historiador Fabio Vélez Correa. Nos veremos allí para hablar sobre el libro que
prepara sobre su hermano Roberto. Son ya ocho años de la muerte del intelectual
Vélez Correa (Manizales, 1952 — 2005) a quien conocimos como escritor y crítico
literario. Además fue docente en las universidades de Caldas y Católica, y
columnista del periódico LA PATRIA. Su figura, casi una década después, sigue
en la boca de los artistas de Caldas y Colombia.
Fabio es un tipo
inquieto, llega antes de lo previsto, para organizar todo. Cuando llego -cerca
de las nueve de la mañana- me recibe con un ejemplar del libro aún sin armar y
me entrega de sopetón la portada del mismo. Me dice que la diseñó Valentina su
hija, con una sonrisa cómplice. Leo el título, Exaltación de la palabra. Entorno a Roberto Vélez Correa. Me
impacta. Ya tiene fotografías y textos en el computador de la editorial y me
pide una memoria usb para prestarme el material que ilustraría estas páginas en
Papel Salmón. Después me ofrece un café y nos vamos.
Como sus hermanos
Roberto y Jorge, Fabio ha hecho aportes desde la historia y la narrativa al
desarrollo literario de Caldas. Es tal vez el ser más pragmático que conozco.
No se anda con medias tintas. Y sin más nos acomodamos en un sofá para la
entrevista. Dice que la idea de hacer el libro nace de la fraternidad, del
cariño, del afecto que tiene por Roberto. “Prácticamente compartí con él mi vida
literaria. Teníamos una tertulia dominical donde hablábamos de autores y obras,
de las ocurrencias literarias de la región, del panorama local. Roberto fue un
personaje que le prestó mucho a la literatura caldense, porque fue el crítico
que dio a conocer la nueva literatura y la sacó de esa cuadratura, ya que en
Caldas se pensaba que ésta solo llegaba hasta el Grupo Milenios o hasta Siglo XX y de ahí en adelante no había
nada. Roberto refrescó ese concepto y dijo que a partir de Siglo XX había otros autores y nuevas obras. Además, que después de
los Grecolatinos o El Grupo Atalaya, quienes hicieron una obra, debíamos
reconocer que los tiempos cambian y por lo tanto cambian también la literatura
y sus exponentes”.
Fabio habla con
voz pausada, segura. Conoce de nuestra literatura y de nuestros autores, sabe
de anécdotas y de chismes entre la intelectualidad de Caldas, ha estudiado
libros, autores, corrientes y generaciones. Sabe que habla de un tema que
domina. Es un viejo zorro en esto de dar cátedra. Toma un poco de café y con la
serenidad que dan los años agrega: “este es un libro muy personal. Para crearlo
me sustento en mi conocimiento de primera mano de Roberto, en los recuerdos de
infancia, juventud y vida adulta a su lado. También lo recreo con apuntes de
Roberto sobre nuestros padres, de su encuentro con Pablo Neruda, de su
experiencia en Boulder en la Universidad de Colorado en Estados Unidos donde
hizo su Maestría en Literatura Hispanoamericana, también de los escritos donde
reflexiona sobre su trabajo como escritor y crítico literario”.
Guarda silencio, mira fijamente la carátula de Exaltación de la palabra, que reposa en una mesa de centro, la mira como quien espera que salga de allí una voz. Respira pausado y continua. “En el libro hago un balance lo más completo posible sobre su obra literaria, sus libros y sus artículos de prensa. Agrego algo muy importante que es el contacto de Roberto con sus amigos y lo que ellos dijeron de él, de su obra y de su vida como persona, como maestro, y lo que algunos críticos escribieron alrededor de su obra.
Roberto Vélez
Correa fue un escritor prolífico. En su cortos 53 años publicó los libros de
cuentos Retoños de piedra (1978) y Los suicidas de la palabra (1997); las
novelas Fantasmas del mediodía
(1981), La pasión de las gárgolas
(1994), Como barrilete resuelto en flecos
(edición póstuma 2007) Y si la muerte no
nos separa (edición póstuma, 2011). Los ensayos Gardeazábal (Plaza y Janés 1986), Luces de Mackenna (1996), La
nueva poesía de Caldas -de cara a la posmodernidad- (sin fecha), Bernardo Arias Trujillo: el escritor
(1997), Misterios y encantos de la
intertextualidad (1997), El misterio
de la malignidad. El problema del mal en Roberto Arlt (2002), El existencialismo en la ficción novelesca
(2005). También, el gran volumen de crítica literaria Literatura de Caldas 1967-4997. Historia Crítica (2003).y las
columnas de opinión De lo vivo, díscolo e
insondable (2000).
Fabio pide un vaso de agua y yo levanto mi mano para pedir otro. Algo de melancolía se le escapa al ver algunas fotografías de su hermano en la carátula del libro. Toma el ejemplar, repito aún sin armar, y con una voz casi que infantil me enseña una fotografía de Roberto donde está descalzo, con una camiseta a rayas, unos pantalones cortos con cargaderas, un sombrero de pana, su cara de niño limpio e inocente. Roberto debía tener no más de tres años en esta foto, le digo, quién iba a pensar que sería una de las figuras más contundentes de la literatura de Caldas en el siglo XX. Fabio ve de nuevo la foto y ríe. Me dice: “el libro lo acompaño con una serie de 12 separadores que tiene una amplia muestra fotográfica de Roberto, casi 30, en todos los aspecto de la vida, para hacerlo más ameno, más cercano al lector, digamos un poco más íntimo”.
Nos traen dos
vasos de agua que refrescan el momento. Esto de hablar de los amigos que se han
ido para siempre es un asunto serio. Llegan recuerdos y la nostalgia nos
invade. Tan clara como el agua que nos han servido sale de nuevo la voz de
Fabio, que se había enturbiado por las remembranzas. “En Exaltación de la Palabra, podrán encontrar los lectores lo que él
pensaba de la vida, de la filosofía, lo que analizaba del arte y la tecnología,
su trabajo alrededor de la revistas literarias y dominicales de LA PATRIA o en
Hipsipila de la Universidad de Caldas. Con este libro biográfico quiero exaltar
el valor de la palabra para Roberto, que para él era muy profundo. No era una
palabra de café ni intrascendente. Para él la palabra era casi un elemento
sagrado. Por eso escribió cuentos, novelas, ensayos y crítica literaria. De ahí
el título de esta biografía Exaltación de
la palabra”.
La mañana avanza.
Una capa lechosa de neblina se ve sobre el suroriente de la ciudad. En la mesa
sigue el libro aún sin armar, Fabio vuelve a un silencio reflexivo. Los vasos
vacíos me dicen que es hora de partir. Antes de despedirse dice: “Roberto murió
el 8 de febrero de 2005, este año cumplimos ocho años sin él y pensé que valía
la pena hacer este libro por aquello que la memoria no debe desaparecer si no
se habla de los seres que uno ama, de los que han hecho algo se van quedando
sumidos en el olvido y Roberto no merece tal suerte”.
(La Patria, Papel Salmón, Edición 1.057, domingo 10 de
febrero de 2013, pp. 1, 4-5)
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