Salir de viaje en las
madrugadas frías y solitarias de cualquier ciudad se me está haciendo
costumbre. Esta vez, partí rumbo a Medellín cerca de las cinco de la mañana. Mi
ciudad de origen Manizales, en este junio frío y hostil. El motivo de mi salida
el 3 Congreso Iberoamericano de Cultura. El día elegido un viernes en la
madrugada. El destino el apartamento de Martha, una prima de mi amigo Juan
Pablo quien generosamente nos hospedaría, una mujer que nos soportó con la
paciencia del santo Job. El resultado del viaje una nueva visión de Medellín y
un reencuentro con los amigos. La historia es esta.
Salí desde la ciudad donde
está la gente que me quiere con la intención de pasar encerrado en un auditorio
dos días, recuerden la ciudad es Medellín. Aunque el frío de la mañana y la
casi oscuridad de las primeras horas de este junio invernal en Manizales me
hacían pensar en horas y horas de clases magistrales alrededor de temas de mi
interés, en el fondo sabía que hacia Medellínmovía una sola cosa: la música.
Una metrópoli como esa no incita otra cosa que no sea el conocimiento y la
diversión. Y aprendí mucho y me divertí más pero terminé odiando una estrella
de rock.
Para aclarar esta última
frase les diré que he estado en innumerables conciertos. Mi afición por ellos
comenzó hace años en mi ciudad cuando una emisora con poco presupuesto no podía
traer los artistas a la ciudad y se inventó los llamados video-conciertos. Era
una proyección de videos musicales bajados de la t.v, específicamente de la
cadena MTV, los cuales se proyectaban en la Media Torta de Chipre (un espacio
al aire libre con tarima gigantesca y capacidad para unas dos mil personas en
la zona más alta y más fría de la ciudad donde casi siempre llueve y hay
neblina, pero cuya vista del paisaje cafetero y sus famosos atardeceres le han
granjeado un lugar en los sitios turísticos de la ciudad). Tendría tal vez
trece años las proyecciones eran malas, el sonido peor y la violencia campeaba.
Aún nadie hablaba de la cultura ciudadana, así que unos tragos de Ron Viejo de
Caldas o de Aguardiente Cristal y cualquier loco rebelde y bobalicón arrojaba
una botella de vidrio contra el escenario y estallaban las lluvias de botellas
y los gritos y las avalanchas de muchachos huyendo del fatal desenlace del
video-concierto.
El resultado. algunos heridos no de gravedad, cinco o seis
detenidos, un susto el hijuepótamo y la idea de estar entrando en una nueva
etapa de la vida. Luego vinieron los conciertos de verdad en la Plaza de Toros
de Manizales con grandes grupos de rock de los 80 y los 90 y el agua como
protagonista. La calidad del sonido mejoró con los años y el comportamiento de
los asistentes también. Ya la cultura ciudadana era un tema común y el licor
que ingeríamos lo hacíamos en botellas cuadradas de plástico.
El resultado
ningún herido, cinco o seis detenidos y el amor rondado la mayoría de esos
conciertos. Era la época de los noviazgos y las salidas con las barbies de
turno. En esos años tuve la suerte de presenciar en vivo a Soda Stereo en la
Plaza de Toros de Manizales comprando la entrada con el dinero que me prestó
una casa de empeño por mi grabadora. Mi padre no estaba muy de acuerdo con ese
tipo de conciertos y nunca me dio el dinero para la boleta, así que al ser fan
de la agrupación argentina me ví en la necesidad de ir a la casa de empeño las
tres HHH y dejar allí mi grabadora roja. Era muy linda y llamativa, a la usanza
de la época. Lo que me ofreció el señor me alcanzó para el boleto de entrada y
media botella de ron. Nunca olvidaré a Cerati en medio de un invierno tenaz
diciendo Manizales se ve… tan susceptible.
Ah fue tal vez el mejor concierto de
mi adolescencia. Y sobre la grabadora, la rescate haciendo un curso de faquir
en los descansos del colegio para ahorrar la mesada y poder recuperar mi aparato.
Más tarde el trabajo me
permitió asistir a conciertos de música ochentera, recuerdan nacía en Colombia
el rock en español. Disfruté a Maná (agrupación que nunca se definió uno no
sabe si es pop, rock, tropipop o qué diablos, Fer y sus muchachos han caído
bajo), Vilma Palma, Prisioneros, Aterciopelados, Miguel Mateos, Lerner, Hombres
G y claro ya podía asistir a los conciertos acompañado de la novia a quien
invitaba con mi dinero y no con el dinero de mi padre, así conocía a Guayacán,
El Gran Combo, Gilberto Santa Rosa y Carlos Vives, también a Arjona, Juanes,
Shakira y Serrat. Más tarde tuve la oportunidad de asistir a un concierto
privado de Robi Draco Rosas en Bogotá, en su visita a Rock al Parque por
invitación de Andrés Giraldo Pava ex baterista de Aterciopelados, tal vez el
mejor recital al que he asistido en mi vida, y a un súper concierto de Bosé en
el Coliseo el Campín al que llegué ganándome una apuesta y también a ver a los
chilenos de La Ley en el Luna Park en Buenos Aires por una coincidencia de mi
viaje por el sur del Continente y como no nombrar los inigualables conciertos
de grandes músicos del mundo en el Festival de Jazz de Manizales.
Escuché en
vivo a los Gaiteros de San Jacinto, a Totó y Roger Waters el vocal de Pink
Floyd a Serrat y a Joaquín Sabina. Todo ha cambiado y mis gustos musicales
también.
Este recuento lo hago porque
en verdad a Medellín me llevó una sola cosa: el concierto que en la calle San
Juan daría Fito Páez, el lírico del rock, el pianista más sesudo de habla
hispana mi ídolo hace veinte años cuando escuché por primera vez El amor
después del amor.
Ya en Medellín no había nada
que me interesara más que la música. Asistí a la vía desde las seis de la tarde
de un frío, muy frío sábado y además lluvioso. Casi no encuentro la entrada,
los amigos que me acompañaban son todos de Manizales y poco o nada conocíamos
la ciudad, sus calles, sus esquinas. El concierto en la Calle San Juan estaba
realizándose en pleno centro de Medellín. El día gris presagiaba lluvias
totales y la oscuridad empezaba a cobijarnos. Lluvia y frío en la ciudad de la
eterna primavera.
Cuando después de una hora y
quince minutos de fila pude ingresar al improvisado campus, tuve la suerte de
escuchar esa voz triste de Andrea Echeverri, la mejor rockera de Latinoamérica
que para fortuna nuestra hace parte de la banda nacional Aterciopelados y la
voz líder de la banda. Ella lleno de embrujo la fría noche paisa. La lluvia
nunca dejó de caer, pero escuchar Florecita Rockera, Baracunatana, Bolero
Falaz, Sortilegio y Rompecabezas nos llenó de energía y decidimos disfrutar la
noche, las calles, la música y el Aguardiente antioqueño a falta de Ron Viejo
de Caldas. El punto musical lo dejó muy alto y mucho más cuando solidaria,
Andrea, se bajó de la tarima y se mojó con nosotros. Íbamos por el cuarto
aguacero de la noche, ya las carpas -que habíamos adquirido a la entrada- no
servían de mucho, los zapatos estaban inundados y el agua comienza a minar
nuestras fuerzas. Pero no importaba. Rodolfo Páez Ávalos, Rodolfito, Fito el
hijo de Margarita la profesora de Álgebra y música, el hombre de Rosario, el
cantante, el compositor, el guionista y director de cine, el eterno hincha de
Rosario Central valía la pena.
Después de éxtasis alcanzado
con Aterciopelados, llegó Zoe una nueva agrupación mejicana que tiene dos o
tres temas pegados en las listas más importantes de música de habla hispana,
luego Antonio Carmona nos durmió con su flamenco, que siendo sinceros no era
para la noche, llegó la internacional Rosario y volvió a levantar
-medianamente- nuestros ánimos y nuestros cuerpos menguados por el agua, ya
habíamos alcanzado los siete aguaceros, y por el cansancio eran las doce de la
noche. Cumplimos seis horas de una espera entre veinte mil personas, estando
todo el tiempo de pie bajo una temperatura de 12 grados, con una lluvia eterna
y a la expectativa del rockero más importante de mi generación, del gran
rock-star argentino.
Después de terminada la
función de Rosario y su flamenco la lluvia dejó de caer. Un silencio en la Calle
San Juan de cincuenta minutos dio pie para que la sonoridad del agua sobre
sombrillas y rostros irrumpiera de nuevo, era el aguacero número ocho. Fito
Páez no salía al escenario y la gente empezaba a impacientarse. Silbidos,
gritos de protesta, coros con el nombre del rockstar y abandono del improvisado
escenario.
Ya mis fuerzas y mi
convicción rockera empezó a flaquear. Las dos bellas mujeres que nos
acompañaban a Pablo y a mí desfallecían. El agua, el frío, el hambre y el
silencio sepulcral del escenario habían hecho estragos en nosotros. Y surgió de
pronto esa voz solidaria que tenemos para los amigos y Pablo, un poco pasado de
copas, al ver el estado de aburrimiento, de cansancio y de decepción en
nuestras amigas y al notar que Fito no saldría al escenario sino hasta dentro
de muchos tiempo me dijo. Juano, por qué no salimos y dejamos a Fito sin
nosotros.
Yo entendí de inmediato su
sarcasmo y con el odio en mi garganta y la solidaridad en mi alma salí rumbo al
apartamento de Martha. mi estrella de rock nunca salió a escena durante las
siete horas que estuvimos en la Calle San Juan. Nos faltó al respeto y
comprendí que todo rockero actúa igual. Tal vez estaba enrumbado en el Parque
Lleras o en Bello y nosotros mojados, fríos y descompuestos seguíamos creyendo
en él y en su música. La que no llegamos a escuchar en Medellín.
No importa, mientras sigan
existiendo sus canciones yo seguiré brindando por él y por su música. Odiar a
un rock-star hace parte de este estilo de vida, ya lo sabemos.
Para: Jonathan Betancur,
guía en este viaje de aguas y risas.
Caricatura de Fabián
Zaccaria
Menuda odisea,viejo!y al final siempre los perdonamos...
ResponderEliminarNoooo, pero semejante viaje, tremenda mojada, demasiada espera, para al final, renunciar y devolverte sin ver al gran fito en el escenario
ResponderEliminarsabiendo que quiza no se vuelva a dar esta gran oportunidad...Perdoname pero no me queda mas que decirte que al que hay que odiar es a ti por no haber esperado hasta el final a tu idolo.JAJAJA
Super chevere la historia
Besos
ISA
Fito... TE QUEDASTE SIN NOSOTROS... viéndolo bien pasamos espectacular ... ya que estabamos en compañía de excelentes mujeres, y, el aguardiente antioqueño... pues ... al no haber más... estaba como bueno.. Juan Pablo
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