Hace
cuatro semanas ando fuera de mi apartamento. No sé por qué esta noche desde el
hotel que me acoge pienso en la ciudad donde vive la gente que quiero.
A esta
hora de la noche pienso que Manizales es una ciudad republicana en su
arquitectura heredada -creo- de principios del siglo XX y recuerdo que hubo una primigenia
arquitectura fundacional que se perdió tras los incendios que sufrimos por allá
en los años veinte del siglo pasado.
Desde
donde escribo estas líneas, me digo: Manizales a sus 2150 metros sobre el nivel del mar, es
fría con neblinas delgadas, pero no es helada, sus calles son largas y empinadas y su gente amable y
bella.
Al
amanecer, desde la ventana del piso seis en el edifico donde vivo (allá en mi
hoy lejana ciudad) es posible divisar un nevado legendario, El Nevado del Ruíz,
cuya fumarola nos dice cada día “soy un león dormido y en cualquier momento
puedo rugir”. Viene a mi mente un amigo escritor que me dijo alguna vez "ese
mismo nevado antes se llamaba Kumanday”, ese vocablo indígena me gusta más que
el de Ruíz - pienso.