martes, 1 de abril de 2014

Un abrazo para atarnos a la vida


Vivo en una ciudad pequeña, me gusta esta ciudad de calles empinadas y de neblinas matinales, con fondos de muchos colores en las tardes y en las frescas mañanas de mayo la imagen de un volcán dormido como horizonte. En sus fachadas hay una historia que soportó incendios, lluvias torrenciales y días sin agua paradójicamente.

En Manizales nunca pasa nada, dicen los abuelos. Pero otros tiempos llegaron a estas calles. Ahora la violencia se esconde en las esquinas y como en la canción de Rubén Blades: "hay que andar mosca por donde sea".

No quiero crear una imagen distorsionada de La ciudad de las puertas abiertas como se le conoce a Manizales, tampoco generar pánico o paranoias inexistentes, si andas con cuidado esta es una ciudad donde se puede vivir bien; porque todo lo que necesitas está aquí. Pero en las ciudades de hoy -desde las europeas hasta las americanas- la violencia se instaló en muchas formas.

Y en la ciudad donde no pasa nada, hace un par de semanas la vida de tres poetas se vio comprometida por las navajas y los cuchillos que buscaban en las madrugadas la sangre a la que están acostumbrados.




Mi amigo el poeta mexicano Roberto Resendiz conoció el frío metal de la muerte y los poetas colombianos Edgar Gonzáles y Carlos Mario Uribe sintieron como su sangre abandonaba sus venas. Todo en hechos confusos que despertaron las limpias calles manizaleñas.