miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi perro me enseñó...


Lo mejor de los perros es su silencio. Poncho lo sabe. Por eso ladra fuerte, muy fuerte cada vez que llego a Makú. Luego en silencio camina a mi lado. Hace tres años, cuando Poncho era un cachorro me buscaba para jugar hasta dejarme agotado. Hoy, salimos juntos a caminar y al regreso se echa a mis pies mientras, leo, escucho música o escribo. Si deseo volver a caminar sale tras de mí, si el plan es meterme a la piscina me sigue, desde la orilla me observa durante largo tiempo, bebe un poco de agua de la misma piscina y se echa cerca.

Me gusta pensar en Pocho, en su silencio. Sé que me extraña, a mi regreso está siempre alegre, me espera con ilusión. Con sus actos y su manera de guardar silencio (mientras me ocupo de cosas sin importancia) demuestras su cariño. Estoy completamente seguro que arriesgaría su vida para defenderme. Es mi amigo, mi compañero, mi guardián.

Con el mismo silencio que Poncho utiliza par hacerme saber todo lo que hace por mí, con ese mismo silencio uno debería poder decirle a los seres cercanos cuanto los quiere. Pero el hombre es animal de raras costumbres y hace del amor un carnaval.


En la foto Matias y Poncho.