Exterior noche. Bar restaurante Gaira- café. Cumbia-house. Bogotá
No soy un hombre que visite con frecuencia las discotecas. Me siento torpe en una pista de baile, aunque las mujeres con que he salido me dicen que no lo hago mal en la pista. Pero mi inconformidad no me deja moverme como quisiera. Debe ser por eso que odio el reguetón y que la música lenta de un merengue me deja fuera de lugar. Acaso tolero la salsa y envidio a quien baila bien un tango.
Nunca podré levantarme una novia o una amante en un sitio como esos, uno donde la gente parrandera es capaz de bailar sobre las mesas, gritar hasta quedar sin voz, pasar del güisqui al ron y luego al aguardiente con tanta facilidad, perder el temor al ridículo y dedicar canciones de Masmelo Ruiz y de Son de Cali -que no pueden ser más obvios con ese nombre-… pues tan originales los cantantes.
Yo me siento en el lugar equivocado en sitios así, y pongo cara de puño por mi incapacidad para bailar, para volverme popular diría mi madre. Total termino haciendo aburrir a mis compañeros de mesa.