miércoles, 4 de mayo de 2011

El Rincón de los Castigos




Bajo el imperio de un invierno devastador avanza el año 2011, son cerca de las seis y treinta de la mañana del lunes veinticinco de abril, extrañamente en mi ciudad suramericana de Manizales, el sol ilumina el apartamento donde vivo. Antes de las seis de la mañana el sueño me abandonó y decidí emprender la misión personal de acabar las últimas páginas del libro Gabriel García Márquez. Una vida, la biografía más lograda, documentada y mejor escrita que se ha hecho sobre El Señor de Macondo, el genio literario colombiano del siglo XX, nuestro  Premio Nobel de Literatura o simplemente sobre Gabo, como lo conoce el mundo entero; la cual fue escrita por el académico Gerald Martín, el oxidado británico obsesionado con el manuscrito de esta biografía por más de diecisiete años.

Leyendo este libro colosal -que ronda las ochocientas páginas- uno dimensiona a nuestro autor de Aracataca en su plenitud, al hombre que reflejó la América Latina de mitad del siglo XX como ningún otro.


Pero hablo del acometido de terminar el libro, hoy veinticinco de abril, y lo he logrado. Leer ochocientas páginas es una empresa para muy pocos, pienso al ver el mamotreto sobre mi mesa de luz. Bajo el amparo benigno de la luz solar he llegado al final.


Me levanto, cerca de las siete y cuarenta de la mañana con el calor de la cama aún en mi cuerpo, avanzo hacia mi biblioteca, a la cual algún amigo llamó desparpajadamente librería clandestina por el volumen de libros que poseo, creo que llego a los dos mil quinientos títulos, repartidos entre mi pequeño apartamento y la casa de mi madre, y al llegar a las estanterías agradezco a la divinidad por los libros y por mis ojos para disfrutarlos.

Y ahí viene la idea de escribir esta nota. Me pregunto: cuántas noches han pasado para que hoy disfrutemos de uno de los mejores regalos del hombre para el hombre, cuánto siglos recorrieron los primeros escribas hasta hoy para iluminarnos, cual arduo ha sido el trabajo de artesanos para que el libro se conozca hoy en este formato sencillo.

Sentado en mi sofá, acompañado por mi jugo de naranja matutino y el ronroneo de  Jamie Collum en el minicomponente doy un recorrido a algunos lomos y sus títulos. 

Me vuelvo a ver veinticinco años atrás, en el colegio de la Arquidiócesis en el que estudié, me veo a las afueras de un salón en el tercer piso donde cursé séptimo grado, saliendo con el rabo entre las patas porque un profe de nombre Henry, si mal no recuerdo, me expulsó de su clase y me mandó al Rincón de los Castigos todo el resto de la mañana y, días después, todo el resto del año mientras su clase se dictara.

Recuerdan, los lectores de mi generación, cuál era ese rincón temido por todos?. Si, era ese… la biblioteca. Y cómo agradezco hoy a ese profe el haberme castigado durante ese año escolar. Leí tanto, tanto, poesía, novelas, cuentos y dibujé tantos mapas. Los motivos de la expulsión de su clase ya no los recuerdo, imagino mi desobediencia a órdenes que no tenían fundamentos. 

Eran otros años y nos regía una regla dictatorial que rezaba: no caces peleas ni con tus padres, ni con tus profesores. Ellos, aunque no tengan la razón, llevan las de ganar. Y yo siempre que veo algo que no estaba bien pues lo hago visible. Ese tipo de situaciones, por ejemplo, me hicieron perder todo un año el área de religión, que recuperé por mi buen promedio de materias. 

De corridas les cuento el motivo, que nunca olvidaré. En ese mismo año había llegado de capellán del colegio un sacerdote que recién se baja del avión procedente de Tierra Santa y que sería nuestro nuevo profe de religión y cívica. Y empezó así su clase:
-Hijos les traigo una reliquia sagrada, Es un trozo de madera de la Santa Cruz. Pueden besar este madero sagrado donde fue crucificado El Señor. Es milagroso.

Yo vi, con estos ojos, que el sacerdote extrajo de debajo de su sotana un cadena plateada, donde colgaba una especie de cofre pequeño también plateado, lo abrió y en el había un trozo de madera rústica de unos cuatro centímetros. Mis compañeros de clase, recuerden teníamos doce años, se apresuraron a hincarse y a bendecirse y en fila fueron -uno tras otro- besando el madero. Yo, con la naturalidad de un muchacho de doce años, le dije:
-                Padre, yo creo que lo tumbaron. Cómo cree que ese pedacito de palo hizo parte de la cruz        donde colgaron a Jesús hace dos mil años…
Imaginarán la respuesta.

Así que el motivo de mi reclusión el el Rincón de los Castigos era, supongo, más que merecido por parte del profe Henry.

El caso es que es a las bibliotecas, ese inagotable Rincón de los Castigos, a quienes quiero recordar en este texto. Todas ellas, las bibliotecas escolares, las de barrio, las públicas, las megabibliotecas, las privadas, las especializadas, las de parques, las históricas, las sagradas, las que quemaron los bárbaros, las digitales que aún no apropiamos como nuestras, las perversas, las de las cárceles, las universitarias, las de libros de supermercado, en fin todas las que contienen los libros que son en suma nuestra historia,

Hoy cuando atravieso los mejores años de mi vida, acompañado por amigos y pocos familiares, sin perro, sin jardín, sin hijos y sin esposa, no imagino otra vida posible sino a través de los libros. 

Yo no hablo sino que leo, decía el gran poeta andaluz Federico García Lorca, y yo quiero tomar esa palabras para mí. Días  atrás conté en una entrevista que me hizo el poeta Flóbert Zapata -para su blog- sobre un suceso que me dejó encerrado en una clínica por espacio de diez días, un accidente futbolístico digamos, y qué hubiera sido de mí sin los libros en esos largos días de exámenes y recuperación. 

Leía al poeta Robert Graves, me aventuraba igual con la lectura de una novela titulada La casa de Dostoievsky de Jorge Edwards y de repente me dí cuenta que no sólo yo acompañaba mis horas con las palabras e historias de otros, sino que muchos pacientes más empezaron a compartir su libros. eran novelas, libros de superación personal, libros de poemas, algunos títulos de exsecuestrados en Colombia y dos libros maravillosos El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y La Sagrada Biblia, que leían una madre para poder preguntarle al hijo sobre el libro según me dijo y un anciano que leía obsesivamente desde temprana edad respectivamente.

Si, los libros son luz y han abierto el camino del saber -siglo tras siglo- al hombre ahora vivimos una edad soñada, una en que la lectura no es de unos pocos sino de todos, una a pesar que las instituciones de gobierno sólo piensan en resultados económicos, en inversiones millonarias, pero debemos recordarles la importancia de las bibliotecas, Ahora que la corrupción ataca sin cuartel, yo ataco a esos individuos que piensan solo en generar ganancias y ganancias para apropiárselas después y se olvidan que una comunidad depende también de su saber, de su conocimiento y no solo de dividendos. Una comunidad sin libros es igual a una comunidad sin pan, decía Lorca..    

Hay que comer para alimentar el cuerpo y hay que leer y disfrutar del arte, (sea la música, la pintura, el teatro, la danza) para alimentar el espíritu. Eso ya lo hemos dicho tantas veces pero los países más ricos y desarrollados lo practican y ahí están liderando el mundo.
Un arduo y tormentoso camino han recorrido la escritura y los libros para estar aquí, en pleno siglo XXI, tan campantes habitando nuestras bibliotecas. Los libros desde sus inicios han sido amenazados, quemados, destruidos por catástrofes, excluidos, satanizados, escondidos, olvidados, perseguidos, desplazados porque ellos tienen el secreto de la libertad y la autonomía.

Contra las bibliotecas no han valido reyes déspotas, ni ejércitos, ni llamas, ni desastres, nos siguen iluminando y nada pueden hacer los tiranos que pretenden cegar la luz del conocimiento a los hombres.


Cada día hay mejores maneras de llegar al libro, las bibliotecas están en todas partes en un club, un restaurante, un supermercado, en la calles tristes de nuestros ciudades tercermundistas, en la playa, los parques, las cárceles, los hospitales, los suburbios, los elegantes conjuntos residenciales, en la comuna, en los edificios inteligentes, nos rodean los libros. Yo veo lectores en un puestecito de dulces de una esquina o en las plazas de mercado, los veo en terminales terrestres o aéreos, en las grandes ciudades o en los municipios más humildes, yo veo gente leyendo y veo libros por todas partes y sólo puedo decir que un hombre pude ser feliz en el Rincón de los Castigos.

El invierno a devastado nuestro país, pero a los damnificados les podemos regalar horas de lectura, ya existe esa campaña, porque si desde la lectura podemos reconfortar a los hombres, ellos las víctimas del agua, sabrán que no están solos que los libros, esos objetos simples como un lápiz y necesarios como un martillo, siguen viviendo entre nosotros…

Para: Amparo, Aliro y los demás que abren las páginas de los libros en Caldas

4 comentarios:

  1. todos tenemos un rincon de los castigos al cual estaremos sometidos toda la vida...

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  2. "En Egipto se llamaban las Bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás".
    (Bosuet)... Cuantos hubiesemos deseado tener y aprovechar semejante castigo. Besos

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  3. Luis Fernando Ramírez Arias9 de mayo de 2011, 9:51

    El Gran Secreto del mundo está en los libros. La magia, el resplandor y también el horror. Depende de los lectores saber escoger hacia dónde quiere dirigir sus pensamientos.

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  4. un bello elogio a los acompañantes silenciosos de nuestros ojos: los libros. Cuando me siento perdido, solo, amado, enamorado, loco, deshabitado, desorientado, desbordado y de mil formas màs insoportablemente - y fascinantes- humanas, siempre me acompaña un libro con sus irremplazables entrañas de palabras.... ojala a nuestros señores y "honorables" gobernantes no se les olvide que los libros siempre estaran presentes... gracias Juan Carlos Acevedo por compartir sus palabras.

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