miércoles, 6 de abril de 2011

Un golpe de dados irrumpirá en el cielo. Tributo al maestro Mario Rivero. Envigado 1935-Bogotá 2009.







En esta hora opaca y lluviosa un vacío se instala adentro y oscurece el alma. Ya lo he sentido con los amigos Carlos Héctor Trejos, Orlando Sierra Hernández, Roberto Vélez Correa, Héctor Juan Jaramillo, María Mercedes Carranza y Eugenio Montejo.

Por eso es difícil hablar de los amigos, la ausencia, la oscuridad en que nos sume su abandono involuntario hace más complicado nombrarlos, llamarlos desde la luz como los amigos que han sido. Y el maestro Mario Rivero me hizo sentir uno de los suyos (quienes están cerca a mi lo saben). Es mucho más difícil hablar de ellos cuando han partido, cuando al final de la jornada no estarán para hacerme sentir sus palabras y sus gestos. Duele ser sincero con uno mismo pero el autoengaño no existe, y termino sabiendo que ellos son los inquilinos perpetuos de mi corazón.

Hoy Mario ha muerto. Una de las voces poética más importantes en nuestra historia ha callado. Ya su aguda visión como director de la revista de poesía mas respetada en Colombia -como lo es Golpe de Dados- no seleccionará autores y poemas para enriquecer nuestras lecturas. 

Ya su ojo crítico no nos recordará el renacimiento del arte colombiano a través de sus legendarios amigos Alejandro Obregón, Fernando Botero y David Manzur, por citar tres nombres entre muchos. Ya su olfato de sabueso para identificar la autentica poesía, y no dejarse engañar por quienes eligen el fácil camino del humor o de la falsa erudición en sus versos, no nos mantendrá alertas. Se ha ido el poeta, el gran poeta que fue y seguirá siendo a través de sus libros.

Hoy regresa la melancolía y los recuerdos con ella. Hace diez años la ciudad, mi ciudad, esta ciudad amarilla que habito lo esperaba con sus escritores, alumnos, profesores, y poetas (los consagrados, los marginales y quienes estábamos comenzando en el oficio). 

Se cumplía en Manizales la primera versión del Festival Nacional de Poesía que organizaba el Centro de Escritores paralelamente a los Juegos Florales. Sus directivas harían un homenaje a tres maestros colombianos: Rogelio Echavarría y los hoy ausentes José Manuel Arango y Mario Rivero.

Llegó la esperada noche en que no sólo los tendríamos en la ciudad sino que los escucharíamos leer sus inmortales versos. Pero Mario no apareció, alguna dolencia del pasado le jugó una mala broma y no pudo llegar a su cita con nosotros. Habíamos perdido una valiosa oportunidad de conocer y escuchar a uno de los perennes, a una leyenda de la poesía colombiana.

Sin embargo, Mario Rivero cumplía sus promesas. Al año siguiente estuvo de visita en la ciudad llenándola con sus poemas y su voz y sus historias y su monumental figura. Se realizaba la segunda versión del Festival de Poesía, bajo la dirección de los escritores Flóbert Zapata y Edgar González.

una mañana en una pequeña y antigua oficina en la carrera 23 con calle 21, en el centro histórico de la ciudad, cuartel desde donde organizamos ese exitoso festival número dos, el poeta Flóbert me dijo:

- Usted a leído a Rivero

- Si Flóbert, sí lo he leído, respondí mientras agregaba: Tengo una edición de su libro Baladas publicado en Bogotá, creo, por una Fundación alemana (Simón y Lola Guberk).

- Muy bien Juano, porque usted se va a encargar de atenderlo. Dijo Flóbert.

- Sentí un frío y dolor agudo en el estómago y palidecí... Qué podría yo hacer al lado de una de las grandes figuras de la poesía colombiana, si yo aprendiz de 22 años, apenas y podía escribir unos buenos versos y de la vida no conocía nada?.

Tuve la oportunidad de recibir y servir de guía al maestro Mario Rivero. Contaba con 22 noviembres encima y no conocía a ningún poeta que no hubiera nacido en este departamento. A esa edad yo apenas había publicado unos poemas de regular factura y tendría que "medírmele" a la tarea de acompañar durante el Festival a una de nuestras figuras literarias más reconocidas en el mundo de habla hispana.

Así fui descubriendo al gran poeta Rivero, al afamado crítico de arte, al cantante de boleros y tangos, al bromista, al crítico ácido, a la leyenda. El maestro era un gran ser humano, excéntrico, de hablar pausado, de paciencia y generosidad con quienes empezábamos y no me fue difícil ser su compañero por las calles y auditorios de la ciudad. Esa misma noche a Mario le dio por entrar a tomarse unos aguardientes al bar Bochica, que esta ubicado justo en el primer piso del edificio donde teníamos la oficina del Festival. en plena carrera 23. Un sector no santo pasadas la nueve de la noche.

- Qué buenos tangos suenan, me dijo.

- Qué tal si nos tomamos un par de tragos antes de ir al hotel? Me preguntó.

Y yo, lleno de tontos prejuicios, le sugerí otros sitios de la ciudad propicios para el tango y el arrabal: Los Faroles o Reminiscencias, en fin, el caso era no dejarlo entrar en un sitio como “ese” según recomendaciones de los directores del Festival.

Nada lo hizo cambiar de idea entró y pidió una cerveza para él y un aguardiente para mí, nunca fui capaz de objetarle el trago de guaro y cambiarlo por mi preferido: el ron.

Esa noche sería inolvidable. No olvidaré el trato que nos dió, la forma en que atendía a nuestra mesera, la manera en que se burlaba de todo, la seriedad al hablar de Dios o de un ser superior o de la verdadera poesía, la tristeza al evocar a sus amigos que ya no estaban. Esa noche de octubre, en esa cantina terminaron acompañándonos grandes poetas como Gustavo Adolfo Garcés, Renata Durán, José Luis Garcés González y muchos otros que habían sido invitados al Festival ese año, todo porque la estrella era él y todos harían lo que sugiriera.

El licor corrió como corrieron las horas, las altas horas de la madrugada y yo, un iniciado poeta de Manizales, estaba escuchando y aprendiendo de uno de los mejores, gracias a mi buena estrella y al encargo de Flóbert Zapata al permitirme acompañar a Mario durante ese Festival .

Así lo conocí, así nació nuestra amistad. Así descubrí el hombre que era, al fabulador, al tierno ser que atendía por igual a coperas, a prostitutas y a damas de la alta sociedad colombiana, al cantante de tangos y al luchador y al inmenso poeta que había escrito uno de los libros más importantes del siglo XX en Colombia, su libro Poemas Urbanos. Entre tangos, putas, aguardientes y mucha poesía conocí al gran amigo que dejaré de ver.

Después tuvimos el placer de tenerlo tres o cuatro veces más en la ciudad. Ya para entonces Mario aceptaba invitaciones sólo de los amigos e iba únicamente a ciudades y países donde la poesía tuviera poder de convocatoria y donde lo esperaban sus cómplices. Nuestra ciudad fue una de ellas.

Fue honesto con sus amigos, generoso con los nuevos poetas, atento y coqueto con las mujeres que se le acercaban. Escuchó respetuoso a sus interlocutores y entre su prodigiosa memoria, su demoledor humor negro y sentido crítico respondía una tras otra las preguntas que le hacían.

Mario Rivero ha muerto. Ha partido el mejor poeta colombiano del momento. Nos dejó un hermoso testimonio de vida y de poesía, la misma que encontraba en los estertores de una tarde en el barrio La Candelaria donde residía, o en sus tangos y boleros, o en los ojos de cierta mujer, o en los débiles versos de poetas a punto de perder el equilibrio.

Por favor amigo Mario, convoca pronto a tus compañeros Héctor Rojas Erazo, Fernando Arbeláez, Aurelio Arturo, Jorge Gaitán Durán, reúnete con ellos, los poetas fundacionales del país, e invade la casa del bueno de Dios con el sonido de tus dados, con la alta poesía y con tu fino humor.

Paz para ti y eternidad a tus versos.

* Este texto fue publicado en 2009 en los periódicos Papel Salmón y Quehacer Cultural de la ciudad de Manizales.

2 comentarios:

  1. Perdiste un gran amigo y poeta, pero ganaste todo lo que de èl aprendiste y eso te quedara siempre en tu vida y en tu corazòn. Abrazos

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  2. Que gran tributo a uno de los mas grandes, y me encanta la parte de la reunion con uno de los que mas admiro y quiero Aurelio arturo, de solo imaginarlo me imagino esa rumba poetica
    un beso

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