Nos acostumbramos al fuego.
Cada amanecer un pequeño estallido encendía la llama que calentaba el
dormitorio durante el día. En las noches, debo decirlo, las brasas mantenían el
ambiente tibio. Esa chispa inicial sobre el carbón emprendía toda una aventura.
Padre inició sus
conocimientos con el abuelo, la historia anterior nunca la supe, pero Padre
pudo dominar el fuego a su antojo desde siempre. Cerca de las cuatro de la
mañana preparaba el fogón, disponía los tizones en forma circular, para
cubrirlos -después- con un poco de esperma o de aceite, luego encendía una
mecha que poco a poco daba fuerza al carbón que enrojecía hasta arden.